sábado, 25 de mayo de 2019

Nota color: Dos trabajos más para compartir

Comparto con ustedes los muy buenos trabajos realizados por Nadia Wojszko y Federico Ulbrich, dos alumnos de 2015.



Tanguera del Tren Mitre
Por Nadia Wojszko
Keila se acaba de enterar de que dos músicos se le adelantaron y ocuparon la estación Belgrano C. del ferrocarril Mitre, cuyo ramal Retiro-Tigre recorre cantando tango los miércoles y/o viernes de cada semana. “Cuando canto parada en la estación me siento más segura porque la que cambia es la gente, no yo. En el tren, la que se mueve de vagón en vagón soy yo.” Ella supone, a partir de un encontronazo anterior que tuvo con los músicos, que no compartirán el espacio de la estación, actitud que condena porque ella cree que entre artistas y vendedores de la calle “hay que ser solidarios”. Entonces, no le queda más remedio que cambiar de planes.
Keila Tonello tiene 32 años, es oriunda de Federación, Entre Ríos, y reside actualmente en San Fernando, provincia de Buenos Aires. Dueña de una voz sólida y arrabalera, elige el tango para cantar en el tren porque, por un lado, como ella dice, le da fuerza y la obliga a tener presencia y, por el otro, “porque hay pocas mujeres que lo canten ya que es un género muy machista”. Su contextura física es menuda, su tez, color tierra y su cabello, corto, nutrido, negro y ondulado. Dice tener facciones de los años ´30 y explica que tiene un gusto estético por esa época, otra razón por la cual opta por el tango. El monto que gana por jornada en tanto que “artista callejera”, como ella se define, es muy variable y oscila entre los 300 y los 700 pesos. El resto del dinero que necesita para vivir lo consigue animando fiestas infantiles o para adultos.
Debido al encuentro sorpresivo que acaba de tener en la estación, Keila le da un giro a sus planes. “Esto es así: en la calle, hay que lidiar con los otros músicos, los vendedores, la gente de seguridad del tren”, comenta. Con bafle y mochila en mano, ella aguarda en el último vagón a que el tren arribe a la terminal de Retiro y vuelva a arrancar en sentido inverso, hacia Tigre. Súbitamente a las 17:15 un malón de cuerpos apresurados ingresa al vagón. Es viernes y probablemente muchos de ellos estén emprendiendo el regreso a casa. Las puertas del tren se cierran, señal que indica que es el momento propicio para que el show comience.
Con una mano temblorosa enciende el amplificador: “Siempre se siente ese vacío antes de empezar”, confiesa. Su voz hablada es tan sólida y tiene tanta presencia como su voz cantada. Suena la pista- la cual reproduce desde un celular-de Callejera, tango con el cual se siente muy identificada: “Antes de dedicarme a cantar, vendía viandas andando en bicicleta”. Y concluye riéndose: “La chica no se podía quedar en la casa”. Se atrevió a convertir al transporte público en su escenario de preferencia el año pasado, tras una ruptura amorosa que la marcó: “Al principio, terminaba de cantar con un nudo en la garganta. Ahora él se arrepintió, pero el tren ya pasó”. Keila comienza a cantar y enseguida capta la atención de varios pasajeros, sobre todo de un hombre que la mira fijamente con deseo-de fusionarse con la canción o con ella-mientras hace la mímica de la letra con los labios.
La voz de Keila supera en volumen a la de una mujer que habla por celular y a las ruedas del tren corriendo por las vías. Tres nenes que piden limosna, el más chico con un pie calzado y el otro desnudo, se ríen puerilmente porque Keila los mira a los ojos mientras canta, luego la contemplan embobados. Callejera culmina y Keila reproduce una pista de tango para pasar la gorra entre los pasajeros del vagón. Quince le dejan dinero y el mayor de los tres nenes que la miraban le entrega una moneda probablemente donada por un pasajero. Ella se traslada para instalarse en el vagón contiguo, por un lado, porque su oficio así lo exige y, por el otro, porque entra en escena una cantora que lleva una guitarra, tanteando a causa de su ceguera.
El Mitre se detiene en la estación de las Barrancas de Belgrano donde hay un recambio de pasajeros, porque es un punto nodal del transporte porteño. Keila canta El Choclo mientras hace algunos pasos de baile. Entre los trajes grises y las camisas blancas, ella se distingue por llevar un vestido naranja que le llega hasta las rodillas con dibujos de rosas blancas y bordó. Unas medias rojo chillón le cubren las piernas y unas zapatillas de cuero marrón, sus pies. A cara lavada, sólo lleva sus labios delgados maquillados en rojo.
Garganta con Arena inunda el tercer vagón del tren mientras las casas del barrio de Núñez transitan por las ventanillas y un sol anaranjado se encamina a su puesta. Un señor de unos setenta años mira a Keila disfrutando de su canción y dice que “los tangos son clásicos, son como Mozart”. El tren para y el clímax del tema se entremezcla con la voz locutora: “Usted está en estación Rivadavia. Próxima estación...” Un hombre se baja y, en un impulso, vuelve a subir para dejarle dinero. Keila continúa su repertorio con el tango que, aunque poco conocido, es uno de los más aplaudidos por los pasajeros “¡Che, Gorda! Lo decís de una manera, sin mirarme tal siquiera, me dan ganas de llorar. ¡Che, Gorda! Pensá un poco y sé buenito, ¿qué culpa tengo negrito si no puedo adelgazar?”, dice el estribillo. Antes de bajarse en la estación Vicente López, un hombre vestido de traje le deja dinero. “Gimnasia sueca y flexiones, baños turcos y fricciones, masajes del esternón. Un mes que no como nada, tengo la sangre arruinada de tomar té con limón”. Keila aprovecha el interludio: “La única dieta que me funcionó fue la de la separación”, le dice a una mujer que la mira riéndose. “Ella se ríe porque lo está pensando”, le comenta a los pasajeros antes de arrancar con la segunda parte. Al pasar la gorra, Keila recibe contribuciones de doce personas. Hoy tiene una tarde afortunada, en el sentido más literal de la palabra.
San Isidro es una de las estaciones más generosas, en efecto, 16 pasajeros le dejan dinero a voluntad y una mujer le solicita una tarjeta personal. A las 18:03 el tren pasa por Victoria, aproximándose a la terminal, sólo iluminado por su artificial luz blanca porque anochece. El tren está casi vacío y el frío se siente mucho más. Keila canta el estribillo de Nostalgias apoyada sobre una baranda. Luego, decide cerrar su repertorio con el tango inmortalizado por Tita Merello, otro de los que más gustan entre los pasajeros. “Se dice de mí… Se dice de mí, se dice que soy fiera, que camino a lo malevo, que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón. Que parezco Leguisamo, mi nariz es puntiaguda, la figura no me ayuda y mi boca es un buzón”. Un vendedor de trapos amarillos se sienta a contemplarla. Culminada la canción, Keila toma asiento y se pone a conversar con él. El hombre tiene una entonación de borracho y le cuenta que trabaja de vendedor ambulante desde los ocho años.
El tren arriba a la estación Tigre y Keila decide emprender el trayecto de vuelta cantando. Sabe que se bajará en la estación Belgrano C. para cobrarles revancha a los músicos que la obligaron a cambiar sus planes al inicio de su jornada. Keila recuerda que un día en el que mientras cantaba en esa estación, un señor ciego pidió que lo ayudaran a cruzarse de andén para poder escucharla. “Esas son las cosas que me dan fuerza para seguir”. Ella siente que su trabajo es crear algo de magia en la rutina grisácea de viajar en el transporte público.

Por la vida, en globo
Por Federico Ulbrich

Ángel Emilio Collante es un vendedor de globos que desde hace más de 35 años camina las calles del barrio de Belgrano para alegrar a los niños con su inflables de colores. A los 15 comenzó esta profesión y desde entonces nunca dejó de trabajar hasta llegar a ser uno de los personajes más conocidos de la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires.
Son las 15:45 de un viernes. Desde las ventanas del colectivo se puede observar a un hombre cargando globos y pelotas colgando de un palo con forma de T. Todo aquel que camine cerca de Cabildo y Juramento lo conoce, aunque sea de vista. Tal vez antes era más normal ver un vendedor de globos por la calle, pero hoy es uno de los pocos que aún continúa en el negocio. Ángel Emilio Collante, mejor conocido como "Pino", tiene 74 años y desde hace más de 50 se dedica a vender globos y pelotas inflables. Es innegable que, a pensar de todos los nuevos entretenimientos que puedan tener los chicos, esos juguetes llenos de aire no pasarán de moda. Sus colores tan llamativos son, tal vez, el motivo por el cual uno se los quede mirando al pasar. Esto es lo que le permite a Pino seguir trabajando como en aquellos primeros años. Y cabe aclarar, de manera sumamente profesional. De hecho a este cronista le costó conseguir que le dedicara algunos minutos para poder conversar. Él no quiere dejar de caminar y los únicos días libres que se toma (los lunes y los martes) no los usa más que para descansar. Una vez convencido, la charla continúa en unos de los bancos de la plazoleta con juegos que está al costado de la Iglesia Inmaculada Concepción (también conocida como “La Redonda”). Deja a un lado su portaglobos con el cual carga sus productos mientras va caminando por las calles del barrio. Es probable que pese más de 20 kilos y no se lo ve muy cómodo para transportarlo. Sin embargo siempre que uno lo ve trabajando es con él encima. “Lo tengo desde los años 70”, afirma. Al escuchar hablar a Pino se le nota un defecto en el habla producido por una embolia que tuvo cuando tenía 22 años. “Esa vuelta fue el único momento donde estuve tanto tiempo parado” dice moviendo la cara y con esfuerzo. Si bien le cuesta decir las palabras, su dialogo es fluido y tomándose su tiempo puede conversar sin mayores inconvenientes.
Cuando tenía 15 años, y trabajaba en una zapatería, se encontró en una parada de colectivos de la Panamericana con un vendedor de globos y quedó fascinado. Volvió a su casa y le contó al padre que quería cambiar de trabajo y probar suerte. Con su aval, volvió un día a la parada de colectivos, juntó coraje y le comentó a aquel vendedor su intención de trabajar vendiendo globos. Fue entonces cuando decidió abrirse camino en un nuevo oficio. "Resultó que el tipo tenía como 15 empleados que vendían globos por toda la ciudad. La primera vez que lo vi me quedé pensando todo el viaje hasta mi casa. La segunda vez, ya más decidido y después de observarlo por un buen rato, me acerqué y le pregunté si me podía tomar. Supongo que me vio joven y entusiasta, porque aceptó al instante", cuenta orgulloso. Todo al principio fue aprendizaje. Nunca le fue difícil vender globos, pero dependía mucho del lugar. Comenzó trabajando en la zona norte de la provincia de Buenos Aires como empleado de aquel vendedor. “Anduve también por Munro y Flores hasta que descubrí el barrio de Belgrano, y acá me quedé", sentencia. Unos meses después de aprender el oficio decidió organizar su propio negocio. Cuando se pone a hablar sobre quién lo ayudó durante aquella primera etapa como vendedor independiente se lo ve muy emocionado. "Mi papá me compró los tubos de gas y empecé por mi cuenta. Él nunca vendió nada, siempre trabajó en la construcción, pero me daba buenos consejos de cómo ganar en la calle”. Durante la entrevista, algún niño que pasa se queda mirando los globos y pelotas, pero los más interesados parecen ser los grandes. Y claro, Pino es toda una eminencia en la zona. Es normal, según cuenta, que lo inviten a tomar un café en algunos de los bares de la zona y los transeúnte lo saluden como si lo conocieran hace mucho. Su guardapolvo azul y el portaglobos son distintivos inconfundibles para reconocerlo.
Su mejor época de trabajo fue durante los años 70. Llegó a vender más de 100 globos por día, según cuenta, y nunca le faltaron ofertas de trabajo. Lo han llamado de la televisión y lo contrataron varias productoras para trabajar de extra haciendo de lo que mejor sabe hacer: vendedor de globos. “Hasta con Mirtha Legrand me tocó participar” dice Pino. Sin embargo continuó eligiendo la profesión que comenzó durante su adolescencia, a pesar de las malas épocas del país. “Siempre me las arreglé como pude, de manera honrada y laburando de domingo a domingo si era necesario” dice orgulloso. “Ahora ya no. Me tomo los lunes y los martes para descansar, porque los sábados y domingos es cuando mejor vendo. Me voy por Palermo y la Costanera. Ahí sí que se vende bien.” En su vida tampoco faltaron las mujeres. Habiendo enviudado dos veces eligió casarse por tercera vez y hoy lo esperará Nelly con la comida lista cuando termine de trabajar y vuelva a su casa de Munro. “Cuando llego me gusta sentarme en el sillón y ver un rato la televisión. Después de caminar todo el día tengo ganas de distraerme antes de irme a dormir”.
Para dar por terminada la conversación, Pino se pone de pie y se dispone a levantar y acomodar el portaglobos. Quedan muchas preguntas por hacer como dónde guarda todo su material de trabajo cuando termina el día; por qué cambió los globos por las pelotas; si tiene intención de jubilarse o si planea dejar a alguien a cargo del negocio en algún momento. Todas las respuestas deberán esperar a ser respondidas en otra oportunidad. El tiempo de descanso ya se cumplió y como buen empleado, Pino debe volver a su puesto de trabajo. Se va caminando a paso lento, moviéndose de lado a lado. Se parece a un barco en el mar, en el cual la vela va siendo empujada por el viento. Pero claro, algo es seguro. Si él decidiera usar algún medio de transporte para ir por la vida, no elegiría ir por mar y tampoco por tierra. Seguramente elijaría ir por aire y viajando en globo.

domingo, 12 de mayo de 2019

Nuestra próxima consigna: Seguir a un personaje y elaborar una nota color

Comparto con ustedes un muy buen ejemplo de nota color, redactada por un alumno de la comisión que cursó en 2012 que, tal como la consigna que deberán cumplir ustedes, se dedicó a "seguir" a un personaje (público o ignoto) y registrar sus impresiones acerca de él y su entorno. El trabajo tendrá una extensión  aproximada de 5 mil caractéres (500 más, 500 menos, incluir al comienzo una bajada para presentar al personaje), y deberá incluir una minuciosa descripción del personaje elegido y su entorno, y su testimonio directo y, eventualmente, el de quienes lo rodean en su hábitat cotidiano. El trabajo deberá ser presentado el lunes 27 de mayo (segunda y última fecha: 3 de junio). Recuerden que escribimos con doble interlineado y de un solo lado de la hoja.
 

Pechito: “No se fijen en mí”

En todos los barrios porteños siempre hay una o dos personas que son conocidas por todos. En Palermo, un linyera acapara todas las miradas “por vivir a su manera”.


Por Leonel Paz - Comisión 33 | 2012
 
Sin lugar a dudas, el barrio de Palermo es uno de los más turísticos y más grandes de la ciudad de Buenos Aires. Por su concentrada variedad de atracciones y la gran cantidad de avenidas importantes en su interior, el caudal de personas que circula por él es cuantioso. Pero hay una que es muy particular y que hace 12 años vive en la avenida Scalabrini Ortiz al 2900, casi esquina Santa Fe. Su nombre es Alejandro, tiene 39 años y es el eje de miradas y comentarios de cualquier caminante ocasional.

Al salir de la boca del subte de la línea D a las 17.08 de este sábado fresco y seminublado, la imagen llama poderosamente la atención: debajo del cartel luminoso de Banelco hay un colchón de una plaza en el piso, varias frazadas, dos perros muy bien cuidados con sus mantitas, un cajón de madera que hace de mesita para un televisor color Hitachi de 20 pulgadas, un puf para sentarse, un cuadro de un marciano y una foto de Alejandro, más conocido como Pechito, que lleva la inscripción “lo podrán imitar pero jamás igualar”.

El dueño de todos estos “pequeños logros” -como él mismo definirá a sus pertenencias más tarde- no se encuentra. Prácticamente no hay persona que pase delante del colchón y no lo mire entre risas o con asombro. Tanto que durante una hora más de diez personas le sacaron fotos (doce para ser preciso). Cuando el semáforo da luz roja, los conductores de automóviles también son testigos y utilizan ese minuto para contemplar la situación. Algunas personas mueven la cabeza de lado a lado y rezongan por lo bajo “estamos en el país de la joda, cualquiera hace lo que se le dé la gana, mira éste” susurra una mujer a este cronista.

Son las 18.40, el sol ya dijo hasta mañana y Pechito sigue sin aparecer. “Debe estar por ahí, regresa pronto. Hace cinco años que conozco a Alejandro, desde que puse este local. Es un tipo muy humilde, honesto y lleno de valores. Yo siempre le doy para que me haga algún mandado. Salgo a la vereda lo llamo y enseguida se cruza. Nunca quiere que le pague dos veces si le pido dos cosas en el día, me dice que con que le dé plata por un mandado es suficiente, que los demás me los hace igual. Cero aprovechador. Pasa que hay gente en este barrio que está llena de prejuicios y habla sin saber", dice la dueña de Calzados Candela.

Sus perros Alberto Cortez y Nino Bravo, como él los apodó, esperan junto a este cronista su regreso. Luego de 8 minutos llega caminando lentamente mientras canta y saluda al vendedor de flores. Estaba en un hotel alojamiento. “Ahí me voy a bañar, luego me afeito y después hago lo que tengo hacer con la que pueda” afirma Pechito entre risas. “En invierno me baño ahí, en verano lo hago en la fuente del Monumento a los Españoles. También baño los perros y lavo algo de ropa”.

Tras la muerte de su madre y cansado de los maltratos de su padre, a los 10 años se fue de la casa que lo vio nacer en San Miguel. Dormía en los pastizales, según cuenta, y seguía yendo al colegio mientras trabajaba con la escoba. “Mi vieja para mí era todo, desde que murió mi casa fue un caos. Mamá hay una sola, papá hay muchos. Daría mi vida por tenerla conmigo dos minutos. Extraño y amo a mi mamá aunque esté muerta” dice Pechito mientras pide disculpas por sus lágrimas.

Alejandro supo tener muchas de las comodidades que disfrutan sus “vecinos”, pero sabe que las cosas materiales no son lo más importante. Aunque fue dueño de cinco autos en un momento de su vida, ahora valora otras cosas que antes no consideraba “Mi vida es ésta desde que la droga me dejo en la calle en 1997. Antes no pensaba si alguien pasaba frío o tenía hambre, en mi cabeza era yo y yo. Cuando lo perdí todo, aprendí lo que es ser solidario y más humano, que es lo que te da realmente paz alma y al corazón. También me di cuenta de que no me podía seguir drogando, porque había defraudado a mucha gente que no lo merecía. Vendí todo lo que era mío y lo que no era mío también. La droga me dejó en el fondo del mar, pero la dejé por voluntad propia y reviví” subraya con la voz firme.

El linyera -como se autodenomina- tiene gran sentido del humor y lo demuestra a cada rato. Todas las tardes se pone una peluca, una camisa, se perfuma bien, canta y saluda a todas las personas que pasan -especialmente a las mujeres- con un equipo de sonido de karaoke. “Mi vocación de cantar y hacer humor viene desde chico pero nunca la pude explotar porque vivía para el trabajo. Ahora lo dejé de hacer porque me robaron el equipo, igual sigo haciendo chistes y piropeando a las mujeres que pasan. Siempre con respeto. Por más que sean lindas o feas yo las piropeo, eso las hace sentir bien y les roba una sonrisa con muy poco” relata Pechito que ya está ahorrando peso por peso para poder comprarse otro equipo.

Ex barrendero, cartonero y paseador de perros caminó las calles porteñas durante muchos años. Ahora se encuentra en situación de calle, sufre el duro frío del invierno y lo agobia el calor del verano, pero a pesar de eso no quiere irse de “su lugar” ante algunos intentos del Gobierno de la Ciudad de hospedarlo en los paradores. “No me gustaría irme de acá, no podría vivir sin la gente que me brinda el cariño diario y a todos los que conocí. Tampoco podría vivir sin mis perros, y a ellos no los aceptan en ningún lado. Ahora el gobierno me quiere sacar por las buenas, pero a los linyeras de las plazas (Mauricio) Macri les manda barra bravas para que los muelan a palos. Yo lo viví en carne propia. Pero acá eso es imposible porque es mucho más seguro” cuenta Alejandro mientras acaricia a sus perros con sus manos ásperas y un poco hinchadas.

A centímetros de la “habitación móvil” de Pechito se encuentra el famoso restaurante Plaza del Carmen. Son las 20.38 y los comensales aumentan, además del frio la panza también empieza a quejarse. Una señorita de unos aproximados 25 años se acerca con un envoltorio de papel madera en la mano y dice “aceptame un regalo, te dejo tres empanadas”. “Gracias, pero yo te quiero a vos” responde Alejandro, haciendo reír a la chica y demostrando su constante buen humor. Toma el paquete y lo deja entre el colchón y la pared cubierta de mármol.

Se nota que a pesar de alguna que otra mirada de reojo y con desprecio que no sólo percibe este cronista, la gente del barrio lo quiere y lo ayuda mucho. “Para algunos soy un cero a la izquierda o directamente una molestia, pero también hay muchas personas que colaboran conmigo y me dan una mano, aunque yo les digo que no se fijen en mí, si yo a veces me puedo comprar mi comida. Que no se fijen si tengo televisor tampoco, que no hablen de eso. Que se fijen en los que están peor, en los que pasan hambre, frio y están sucios. Que no se fijen solo en mí, sino en otras personas también” reitera Pechito, casi dando una lección de generosidad y compañerismo.

La temperatura comienza a bajar, y los vecinos entran más de lo que salen de los edificios, los perros girar a su alrededor y se acurrucan en el colchón. Alejandro se toma tres minutos para ir corriendo hasta el quiosco a comprar un vino blanco antes que cierre. Esa bebida junto con algunos cigarrillos es su adquisición rutinaria. Su voz grave y su tosida constante demuestran que sus pulmones no están en condiciones de seguir este frio otoño en este estado. A él no parece importarle, vive el día a día “a su manera y que el futuro lo decida Dios”. Una señora se acerca y pregunta por él. Su nombre es Viviana Fernández y es dueña de la agencia de lotería de la cuadra. “Ale es un tipo excepcional con un corazón enorme. En el barrio hay mucha gente que lo quiere y hay gente que no porque dicen que en la estética de Scalabrini y Santa Fe no puede haber un linyera con un televisor. Tienen el alma muy chiquita algunos” dice Viviana. Pechito la ve y la saluda mucho cariño, cuenta que ella le regalo el colchón y lo lleva al hospital cuando necesita. “Es “como mi vieja” afirma.

Ya se hicieron las 21 y Pechito baja el volumen del televisor, toma un poco de vino blanco de la caja y se pone una campera de lana color marrón claro. Los negocios ya bajaron las persianas y apagaron sus luces. Lo único que aumenta es el olor a pizza que sale de la cocina de Plaza del Carmen, ya que el caudal de gente que camina es mucho menor al de hace unas horas al igual que el tráfico. Alejandro se queda en silencio y baja la cabeza. Refriega sus ojos achinados, piensa e inmediatamente se anticipa a una pregunta “nunca te metas en la droga, sé una persona honesta, sincera y no pierdas la humildad que es lo más importante que hay. Viví la vida que es única e irrepetible y nunca te olvides que todo tiene solución menos la muerte”.

Foto: Clarín.com



Opción 2


Redactar una nota color sobre una feria de barrio a elegir entre estas opciones:


O alguna que ustedes sugieran, previo aviso y posterior aprobación de quien suscribe.

sábado, 4 de mayo de 2019

El color en la noticia

La nota color es la que cuenta una historia o describe una situación poniendo el acento en el modo como se desarrolla o plantea, antes que en informar. Los recursos de la redacción son, por lo tanto, más literarios que periodísticos, ya que se basan principalmente por la transmisión de sensaciones y sentimientos.

Para entender mejor lo que estamos hablando, transcribo un fragmento del libro Periodismo Informativo, de Mitchell Charnley:

El color en la noticia, para expresarlo de otro modo, es su vitalidad, sino su vida, sus matices, sus resonancias su regusto, su aspecto. Es el estado de ánimo de la concurrencia que asistió al discurso inaugural; la escena de las regatas; la batahola en el salón de la convención política. A menudo (aunque no siempre) es la noticia secundaria –no los hechos más importantes, los qué-quién-por qué-, el trasfondo humano y emotivo que asigna a los hechos principales un relieve que ayuda a la comprensión.

El color no es decoloración. El color es el hecho. Color es realidad; color es reflejar con total autenticidad lo que el disertante dijo. Sacar color de la imaginación antes que de la observación minuciosa, es pecado imperdonable. Es pasar del terreno real al dominio de la ficción, y la ficción no tiene cabida en la noticia.

Color es descripción. El color en la noticia es descripción, tan concretamente como lo es el “tema descriptivo” en una clase de composición o la pintura del fondo o la escena del cuadro que el novelista desea crear para el desarrollo de la acción. El objeto del color en la noticia es transportar al lector a la escena del suceso, ofrecerle los estimulantes sensorios que hubiera percibido de haber estado junto al cronista. Su herramienta es la reproducción verbal precisa de los elementos que habrían excitado los sentidos del observador: lo que habría visto, oído, olido, tocado, y, en algunos casos, gustado si hubiera estado presente.

(...) Los ingredientes de la noticia de color. Generalmente, las noticias de color tratan de gentes. La aglomeración en una calle céntrica mientras cierta actriz actúa en una escena cinematográfica, sería un ejemplo de lo que origina la nota pintoresca. Los hinchas de un cuadro de fútbol que hacen fila bajo la lluvia doce horas antes de la apertura del estadio..., el terror en Budapest mientras los tanques recorren las calles para aplastar la rebelión..., el cortejo dolorido y silencioso que acompaña al presidente de la Nación a su última morada, son todos temas para noticias de color. El circo, el desfile, el almuerzo de Navidad para jóvenes sin hogar, y muchos más. Acontecimientos de ese tipo se usan comúnmente para notas de color porque los hechos en que intervienen multitudes, hombres, mujeres y niños, trasuntan cálidos valores humanos.(...) La mayoría de las notas con color de ambiente surgen de situaciones ricas en contactos colectivos, de las grandes aglomeraciones.

(...) Todo esto destaca las características principales de las notas coloridas: que deben tener puntos de enfoque o temas; que deben depender para su vivacidad y verosimilitud de la hábil selección del detalle; que el cronista debe apoyarse en lo específico, en hechos tan claros y limpios que su presentación de los detalles convenza al lector o al oyente de su realidad. El cronista que trabaja en una nota pintoresca se vuelve espía y fisgón. Advierte la adoración dibujada en el rostro de la pequeña acurrucada bajo el impermeable del padre. Escucha las coloridas expresiones de una señora con el vestido pegado a las carnes, y toma rápidos apuntes para citas textuales.

Como referencia para que lean y analicen, les acerco los links a algunas notas de color que -creo- son buenos ejemplos de lo que vamos trabajar en clase:


La banda de Jagger y Richards toca hoy, pero ellos empezaron antes: crónica de un fanatismo que excede lo musical (Publicada en el diario Página 12 el 21/02/06).

En un viaje de coincidencias, la literatura va a la Feria del Libro en taxi
Es una tarde de viernes y llueve en la ciudad. Día difícil para conseguir taxi. Dos escritores que acaban de ser presentados se suben a uno para viajar juntos hacia la Feria del Libro . Pero ese viaje no es lo único que comparten: los dos se llaman Carlos y sus nuevos libros están atravesados por el mundo de los taxistas.

ArteBA: Dólares para el ego

Es el gran encuentro del mercado de arte argentino, donde un cuadro se puede vender en 150 mil dólares. La vidriera en la que artistas consagrados y alternativos buscan el favor de galeristas y coleccionistas. ArteBA ocupa el lugar de la Bienal que le falta a Buenos Aires. Crónica de la feria donde circulan los dólares que nadie dice tener.

La hora de los tragos
Las copas están de regreso. Y protagonizan un furor imparable. Hay bares cada vez más exclusivos, barras a domicilio, cursos a los que asisten cada vez más alumnos. La moda de los cócteles llegó para quedarse (Publicada en el diario Página/12 el 11/3/12).

A Austria en avión de papel
En Ciudad Universitaria una empresa de una bebida energizante organizó un torneo de avioncitos de papel. Los ganadores clasificaron al mundial de la actividad, que se desarrollará en Austria. Como premio ganaron el viaje en avión de verdad y los gastos (Publicada en el diario Página/12 el 30/3/12).

Un puma suelto en el barrio de Cristina (Anfibia)




Mañana cierra la línea A por 56 días, por decisión del gobierno porteño, y hoy los trenes belgas que circulan desde 1913 lo harán por última vez. Página/12 acompañó a usuarios y trabajadores en un recorrido donde ya se respira nostalgia.

La irrupción del movimiento juvenil en las protestas en contra de la reforma previsional del gobierno de Sarkozy cambió la relación de fuerzas en el tablero político francés. Página/12 acompañó a los estudiantes en una marcha en París para conocer sus sueños, sus demandas y sus miedos ante un futuro que les pinta sombrío.

La nota de investigación: Pautas y ejemplos

De acuerdo a lo conversado en clase, éstas son las pautas para la elaboración de la revista digital que, por grupos, deberán realizar co...